La adolescencia es la época en la que la gran mayoría de personas encuentran un gran aliado en la música. Hay artistas que uno escoge, mientras que otros lo escogen a uno. En mi caso, muchos me escogieron debido a influencia familiar (mi tío me presentó a Guns N' Roses) o al enorme rol que las emisoras y MTV jugaban a mediado de los 90. Llegar del colegio era sinónimo de sentarse frente al televisor a ver videos musicales, tan importantes en aquel entonces. Que las bandas favoritas de uno salgan en la tele era algo casi celestial. Metallica, Red Hot Chili Peppers, Soundgarden, Pearl Jam, Stone Temple Pilots, Smashing Pumpkins, Nirvana, por nombrar solo algunos, eran los autores de los sonidos que nos enloquecían a los adolescentes de los 90.
Sin embargo, en medio de la marea de videos y canciones de los artistas en cuestión, se colaban otros que, casi como extraterrestres, llegaban de otras épocas en su respectiva nave espacial. Eran músicos que no tenían que ver con lo que estaba de moda. Eran más bien ese bicho raro que llamamos "la música de nuestros padres". Rolling Stones, Beatles, Hendrix, y un tal David Bowie.
"Ese man es como bueno", pensaba sobre Bowie. Había algo muy cautivante en su arte, que - a pesar de no ser de mi generación- llamaba mucho la atención. Para mí, y seguro para muchos otros, era un viejito cuarentón que estaba quemando sus últimos cartuchos musicales antes de retirarse a su ancianato. Al verme de cierta forma obligado por MTV a consumir su música, empezó a interesarme algo más. No sabía por qué me gustaba lo que hacía, que sonaba tan diferente a "lo mío", hasta que un día di con la razón: el tipo era un genio visionario que se estaba adaptando perfectamente a los tiempos sonoros en los que vivíamos.
A mediados de los 90, el rock duro y alternativo estaba comenzando a ceder su trono a otras tendencias como el nü metal y el rock/metal industrial, que no es otra cosa que la incorporación de elementos de música electrónica a la música. Bandas como Ministry, Marilyn Manson, White Zombie y Nine Inch Nails comenzaban a desfilar por la escena como los grandes abanderados de esta causa. Bowie lanzó dos discos que sonaban como estos grupos: Outside (1995) y Earthling (1997). Me encantaba como un "viejito" podía sonar tan actual y codearse con los jóvenes de la época con tanta gracia y sutileza. Es más, esos jóvenes morían por trabajar con él. Trent Reznor y su Nine Inch Nails llegaron a hacerlo en la canción I'm Afraid of Americans.
Ayer, 10 de enero, cuando se cumplía el aniversario seis de su temprana partida, me puse en la tarea -como lo hago cada año- de rendirle homenaje musical oyendo su música. Tarea muy difícil, por cierto, pues el Camaleón del Rock, como el apodo lo indica, tiene mil encarnaciones sónicas diferentes y -por ende- muchísima música por consumir. Escuché alrededor de 40 canciones, y siento que no fue suficiente tributo. Perdón, señor Bowie, su talento era infinitamente más grande que el tiempo que se puede tener para disfrutarlo. El siguiente año trataré de hacerlo mejor.
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