Cada cierto tiempo aparece un grupo que me saca de mi roquera zona de comodidad. The Prodigy ha sido uno de esos grupos. Era el año 1997 cuando la banda británica lanzó su tercer álbum: The Fat of the Land. Por esa época estaba muy ocupado con lo que acontecía en el mundo del rock. Metallica, Marilyn Manson, U2, entre otros, tenían mis oídos llenos, pero de repente MTV empezó a rotar los videos de Firestarter y Breathe. Algo en estos me llamó la atención, a pesar de que no se tratará de rock o metal. Sí, era música electrónica, pero con una actitud muy rock. Keith Flint parecía un cantante de un grupo punk, lleno de piercings y pelo pintado, casi como si Johnny Rotten de los Sex Pistols hubiera rejuvenecido para ser el frontman de un grupo de electrónica.
Tras caer en lar redes del grupo terminé comprando un par de sus álbumes. Uno que no me gustó -Experience, su álbum debut- pues era electrónica al 1000 %, y The Fat of the Land, el cual, a propósito, empezó a pegar fuerte dentro de mi círculo de amigos. Supongo que todos entendimos la energía rock detrás de los beats. Además, fue un disco lanzado en el momento perfecto, pues había un apetito e interés grandes por sonidos electrónicos, si no pregúntele a Bono, quien con U2 sacó ese mismo año un disco (Pop) que era prácticamente uno de música electrónica.
La puesta en escena de Flint, al igual que su voz e imagen, era muy punk: peligrosa e impredecible. En 2015 en entrevista con The Guardian señaló: " Éramos peligrosos y excitantes. Ahora nadie quiere serlo". Su aura de peligrosidad era tan grande que la BBC sacó de rotación el video de Firestarter, pues más de un padre se quejó de este diciendo que los movimientos y gestos del cantante asustaban a sus niños.
Una de las misiones del rock y de sonidos extremos que navegan en las aguas de la contracultura es asustar a los padres. Lo hiciste bien, Keith.