Meterse en la piel de Jim Morrison, una de las estrellas de rock más talentosas, raras, excéntricas, caóticas, únicas, pintorescas, no era tarea para cualquiera. Se necesitaba de un actor de peso, alguien a quien no le quedara grande la carisma del mítico líder de The Doors. Alguien que se viera y sonara convincente, alguien que pudiera quitarse la camiseta, mostrar pecho, y que cupiera en los apretados pantalones de cuero tan característica de Morrison y no quedara como un bufón que intentó hacer un papel memorable pero que se quedó corto. No solo no se quedó corto sino que también se mandó un señor papel. Memorable. Convincente.
Tal vez ni Jim Morrison se tomó tan en serio su rol como Jim Morrison. Val Kilmer lo hizo, y lo hizo con tal valentía que hasta se atrevió a cantar para la película, logrando confundir a los integrantes vivos de The Doors, quienes -hablando sobre la película- confesaron que en ocasiones no sabía si era Kilmer o Morrison a quien escuchaban. Más que encarnar a Jim Morrison, fue Jim Morrison, nos lo presentó a aquellos quienes solo lo pudimos verlo a través de su música, de sus videos, de sus historias. Fue algo así como poder ver a Nessie, aquel legendario monstruo que dicen habita en las profundidades del lago Ness en Escocia. Mucho se dice sobre él, pero nadie lo ha visto realmente. Es más, ni siquiera se sabe si es o no real. Algo parecido sucedía con Morrison, hasta que Oliver Stone decidió dirigir la película sobre el icónico frontman de la banda estadounidense.
El rol de Kilmer como Morrison es tan impecable, que nadie ni siquiera se atreve a intentar interpretarlo. No hace falta. Ya Kilmer lo hizo, y ahora es intocable.
Paz en su tumba.