Aún recuerdo bien ese momento en el que me alistaba para salir al aire para hablar de la muerte de Michael Jackson en la emisora en la que trabajaba cuando ocurrió su deceso. El letrero de "al aire" se encendió. Mi compañero en la mesa de trabajo y yo nos miramos con ojos cristalinos y cara de terror, casi como diciéndonos "¿cómo demonios reportamos esto?". Después de unos tensionantes segundos de silencio, logramos reunir unas pocas palabras para hablar del tema. No era fácil hablar del asunto, pues ambos éramos muy fanáticos del Rey del Pop. Si no lo hubiéramos sido, seguro habríamos hablado como si nada. Fueron 3 horas dedicadas a la vida y obra de Michael, en las que nos tocó arrastrarnos hasta la meta y contener las lágrimas para no llorar al aire. Al día siguiente, unos amigos y yo homenajeamos a Michael con una noche dedicada a su música y acompañados de unas cervezas, como si de un amigo cercano se tratara.
¿por qué algunas muertes de celebridades golpean tan duro?
Con respecto al tema, consulté a Gilberto González Arango, psicólogo y profesor de mindfulness, quien señaló que "las muertes de celebridades pueden llegar a afectar a las personas que los conocían aunque no directamente o de manera presencial". A muchos les resulta extraño y absurdo que una persona pueda generar sentimientos de duelo por alguien con quien no tenía una conexión directa, sobre lo cual Gonzáles afirma que con esas celebridades sí establecemos relaciones, así nunca las conozcamos en persona. "Esas personas hacen parte de nuestras vidas con sus canciones, y de alguna manera han tenido un impacto en nosotros. Para mucha gente, escuchar las canciones de un grupo musical trae momentos de placer a su vida. Que esa persona muera genera un impacto emocional".
A lo largo de mi vida han sido, lastimosamente, muchos ídolos los que he tenido que ver partir. La mayoría de ellos de manera trágica, inesperada y temprana. Shannon Hoon, de Blind Melon, Eddie Van Halen, Scott Weiland, y Chris Cornell son apenas algunos de ellos. A esta dolorosa lista recientemente se unió Taylor Hawkins, baterista de Foo Fighters, fallecimiento que, sin duda, ha sido el que más he lamentado. Diversos elementos sobre su partida han generado malestar emocional en mí: admiración por su banda -la cual he seguido desde su debut en 1995 y por la cual viaje entre estados en Estados Unidos en el año 2000 para verlos en vivo-, el hecho de que fueron banda sonora de varios momentos de mi vida que van desde el colegio, pasando por la universidad, hasta la adultez. Ni hablemos de lo joven y vital que siempre se le veía a Taylor, por no mencionar que deja atrás a una familia.
Además, hay otro par de razones que creo han sido causantes del enorme dolor que he sentido desde el 25 de marzo, día de su fallecimiento: en primer lugar, el hecho de haber tenido boletas para verlos en el marco del festival Estéreo Picnic. Una semana antes del concierto, decidí venderlas. ¿Por qué? No estoy tan seguro, simplemente lo decidí. Quizás mi sexto sentido se activó y me alertó de lo que iba a suceder. Por otra parte, el hecho de que los trágicos acontecimientos hayan tenido a Bogotá como telón de fondo, a algo más de veinte cuadras de donde resido, poco ayudó. Así hubiera muerto en Miami, Mozambique, Canberra, o París, habría sentido tristeza, pero que haya pasado todo en mi ciudad, lo hace todo más real e impactante.
La siguiente vez que fallezca una celebridad, y alguien que usted conozca se muestre afectado, antes de criticar, juzgar, o tirar livianamente una frase insensible como "no tiene sentido sufrir por un desconocido", mejor no diga nada. Viva y deje vivir.
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