Érase una vez una banda que mezclaba rock y metal con rap. Mucha gente los odiaba, sobre todo a su intenso aunque carismático cantante, Fred Durst. ¡Eso no es rock!, ¡Eso no es metal!, ¡Eso no es rap!, exclamaban a gritos los puristas. Nadie aceptaba gustar de su música. Sin embargo, las alrededor de 40 millones de copias vendidas de sus álbumes y sus giras sold out indicaban lo contrario.
Todo comenzó a mediados de los 90 en Jacksonville-Florida. La muerte de Kurt Cobain y la disolución de la formación clásica de Guns N´Roses casi que obligaban a un cambio radical en la escena musical. Es en ese punto cuando entra Limp Bizkit, ondeando la bandera de fusión rock/rap que bandas como Red Hot Chili Peppers, Anthrax Aerosmith, Rage Against The Machine y KoRn habían ondeado años antes. Ya no era cool vestir de cuero ni oír Appetite For Destruction o Metallica. Si uno no estaba en la onda del naciente nü-metal, no estaba en nada. Por esos días, lo mío seguía siendo (y sigue siendo) Guns N´Roses. Era el pasado de moda, el anticuado. Hasta que un buen día, sin dejar mis gustos tradicionales, comencé a oír los grupos del momento. No por presión social o por buscar ser incluido, sino porque encontré la belleza en el subgénero.
Sí, me gustaba Limp Bizkit, todavía oigo su música ocasionalmente. Tenía unos 17 años cuando comencé a escucharlos, estaba en plena rebeldía adolescente y canciones como Break Stuff, Rearranged y Nookie encajaron perfectamente como parte de mi banda sonora durante la época en cuestión. Sus giras eran increíblemente exitosas, al igual que sus discos. Fred Durst llegó a ser uno de los músicos más poderosos de la industria -hasta le alcanzó para dirigir películas y pasar por la cama de Britney Spears- a pesar de las críticas, las cuales -en lugar de hundirlo- parecían potenciarlo. Era algo así como el Cristiano Ronaldo del fútbol: crecido y petulante, pero con unos cojones de hierro. Sus presentaciones en vivo eran contundentes, Durst era un gran animador. Ponía a saltar al público sí o sí. Nomás vean su presentación en Woodstock 99. Sacando su invitación casi anárquica para que el público se volviera loco y destruyera el lugar, es un ejemplo casi académico de como manejar una audiencia y mantenerla interesada e involucrada.
¿Qué pasó entonces?, ¿Dónde está el grupo ahora?
El tiempo alcanza a todos, incluso a las superestrellas. Los integrantes del grupo ya están en los cuarenta o acercándose peligrosamente y resulta muy difícil conservar la misma actitud loca e importaculista de la juventud. Rapear sobre mujeres y fiestas ya no resulta tan creíble y genuino cuando ya no se tiene pelo y sí una barba lleva de canas. Por otra parte, los fans de la banda han crecido. Muchos dejaron de ser los chicos malos en busca de romper cosas y ahora trabajan de 9 a 5 para sostener un hogar. Además, la industria ha dado mil giros desde entonces. Del nü metal, pasamos al regreso del garage rock y el new wave, ahora vamos en indie y la electrónica. los 15 minutos del rap n´ roll terminaron hace mucho. Bandas como Limp Bizkit y KoRn se han visto obligadas a estar en cuanto festival se les cruce para poder tocar antes multitudes, mientras que otros representantes de esta tendencia sonora han cambiado radicalmente su sonido, Linkin Park, por ejemplo.
Si bien el momento de Limp Bizkit pasó hace unos 15 años, no se puede negar que -como el mismo Durst dice en una de sus canciones- esa fue su generación y todo le importaba un carajo. Desde 2012, el cuarteto lleva amenazando con un nuevo disco, Stampede of the Disco Elephants, el cual -por alguna razón- no ha visto la luz del día. Lo triste es que a nadie parece importarle, tal vez ni siquiera a ellos.
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